Raúl de Tomás

Guionista, dramaturgo y actor...

PALABREANDO
El Blog de Las Palabras

sábado, 31 de julio de 2010

Un muerto en mi sofá.


No puedo dormir. Hace mucho calor, sudo y además tengo miedo. Vivo solo y aunque tengo edad suficiente para saber que en la oscuridad no hay nada, cuando apago la luz prefiero cerrar rápidamente los ojos y dormirme lo antes posible. Pero hoy, de nuevo, no puedo dormir.
El miedo a la oscuridad no lo arrastro de cuando era un mocoso, no, lo tengo ahora que me acerco claramente a los cuarenta. A veces razono, como ahora, me giro hacia la puerta del dormitorio y abro los ojos enfrentándome a este absurdo e infantil miedo. Y en la oscuridad no hay nada, absolutamente nada, como cabía esperar.
En cambio la luz del balcón ilumina tenuemente el comedor y refleja en la pared, eso sí, de forma espectral algunos muebles. Entonces fijo la mirada y comienzo a vislumbrar la librería, la mesa con sus sillas y algún cuadro. Menos mal que no veo con claridad el sofá, ese maldito sofá.
Siempre sucede. No llevo ni diez minutos tumbado y, aunque he ido antes de acostarme, tengo unas ganas locas de ir a mear. Y tengo miedo. Un tío hecho y derecho que tiene que ir dando las luces cuando tiene que ir al baño, porque imagina que hay un muerto en su sofá.
No falla, me levanto, y tengo que fijar la mirada en la puerta del baño para no ver con el rabillo del ojo ese bulto en el sofá. Sé que está vacío, o eso creo, aunque para mi las sombras dibujan perfectamente la figura de un cuerpo tumbado, inerte, muerto. Pero la lógica es aplastante, cuando dejo el salón, y me dispongo a apagar las luces, el sofá triplaza color sangre está vacío, con sólo un cojín apoyado en el brazo derecho. Pero vacío. Como tiene que ser.
Y ya no aguanto más. Mi vejiga me envía señales inequívocas. Me tengo que levantar, cruzar el salón rápidamente, llegar al baño e ir sembrando el camino de luces como si tuviera siete años.
¡Ya está bien! Y si hoy me paro, y si me detengo y si contemplo un instante ese sofá... Sin miedo, como el adulto que soy.
Ya estoy de pie y no pienso tocar ningún interruptor, me sé el camino y mis ojos me dejan ver lo justo para no chocar con nada. Veo perfectamente los bultos que me pueda encontrar sean del origen que sean. Salgo de la habitación y ahí está el salón, esperándome.  
Lo cruzo despacio por prudencia o por miedo y me paro a la altura del sofá. Reconozco que he evitado mirarlo pero ahora debo hacerlo.
-Esta vacío. –me digo.
Y este pensamiento se hace presente en mi cabeza casi como una suplica, un rezo, un mantra que repito sin cesar invocando a la realidad de la razón.
Así pues, decidido, bajo los ojos y lo miro. Ahí esta: hay un muerto en mi sofá.
Y se me congela el alma. Ya no siento la presión en la vejiga, ha desaparecido. A cambio siento cierto alivio por confirmar la terrorífica sospecha pero pánico ante el cadáver que se ha aparecido en mi sofá.
-Y si ahora se levanta...
!Dios! La mente es tan cruel como impredecible: en vez de ofrecerme una huida a esta locura que me embarga, me ofrece otra locura mayor que me hace retroceder de un salto y tropezar con una silla. Caigo y me golpeo la cabeza contra la mesa de la tele. Me he dado mal, lo noto, me pongo la mano en la base de la cabeza y la tengo húmeda.
Me sangra. Celebro no haber perdido el conocimiento. Me pongo en pie sin dificultad, imagino que con la ayuda del terror que me causa la escena que aún estoy viviendo. Llego a la cama, me tumbo y quiero condenar lo sucedido al país del olvido. Cierro los ojos con fuerza, como haría cualquier niño, deseando que todo haya sido una pesadilla. De la nuca sólo me llega un leve cosquilleo, es curioso que no me duela. Gracias al cosquilleo siento que me puedo dormir. Y lo hago. Y me despierto.
Ya de mañana, escucho jaleo en el salón. Me incorporo en la cama, me froto los ojos y bostezo. ¿Quién es toda esa gente? Por delante de la habitación acaba de cruzar un policía. ¡Un policía! Reacciono, me pongo en pie y me cubro con el batín. Me dispongo a salir, pero me lo impiden un par de enfermeros que entran a gran velocidad con una camilla. Casi me atropellan.
- ¡Ah, claro, el cadáver! Han venido a por él. – Parece un pensamiento lógico, pero al instante de aparecer se torna absurdo. ¿Quién les ha llamado? Da igual. Se lo van a llevar. No quiero un muerto en mi sofá.
Otro policía que sale. Tras él los enfermeros con el cuerpo. Yo de pie en el umbral de mi habitación contemplo el desfile. Cuando la camilla llega a mi altura puedo mirar al muerto, así, a plena luz del día, no me da miedo mirar. Es joven, cercano a los cuarenta, lleva puesto tan sólo un batín, y le chorrea la nuca, ¡menudo golpe! Espero que no me culpen a mí. Ese golpe parece de una mala caída.
Ya salen, nadie me dice nada. Mejor así, no sabría que contarles. Confesar mi miedo, explicarles por qué no les llamé anoche, sería muy embarazoso. Mejor así.
Presiento que esta noche caeré rendido y dormiré una eternidad. Ya no hay nada que temer. Ya no hay un muerto en mi sofá.

Tres Historias de Juguete.

Quitándole a Disney la parte emocionalmente económica y sensiblemente mercantil... Nos queda una histórica, deliciosa y perfecta trilogía de juguetes digitalmente artesanal... Que me encanta! Woody, Buzz, Señor Patata...Enhorabuena!!!! Gracias, Sir Walter, lo ha vuelto a hacer...!

viernes, 30 de julio de 2010

Un café, bombón...?

Estoy sentado a condición de un aire artificial...pero me salva de la hora infame en la que el sol se recrea...Degusto unos hielos empapados en café... A mi lado condensada la mujer que me eligió... No pido más... de momento.

miércoles, 28 de julio de 2010

Voy a retomar el blog...

Te lo crees...?